En una aldea lejana, hace mucho tiempo, vivía una familia de duendes que trabajaban de relojeros. En esta aldea, pequeña pero hermosa, sólo vivían duendes. Cada familia tenía un trabajo diferente, algunos cuidaban los huertos, otros construían las casitas, otros arreglaban los jardines, o las calles. Había una familia en especial, sólo una que trabajaban de relojeros, pero no porque arreglaran relojes, sino porque eran los encargados de mantener, cuidar y, sobre todo, dar cuerda al gran reloj, que estaba en la plaza principal y en el cual todos los duendes de la aldea miraban la hora. Esta familia se llamaba “Cuerdita” y estaba compuesta por papá duende, gordito y simpático; mamá duende, flaquita y también muy alegre; y tres pequeños duendes llamados “Horita”, “Segundito” y “Minutín”, el menor de todos. La familia Cuerdita hacía su trabajo con mucho amor, responsabilidad y, sobre todo, humildad: se turnaban para dormir, ya que debían estar continuamente dando cuerda al gran reloj, y ad